El primer deber del escritor, nos dice [Alfonso Reyes], estriba en su fidelidad al lenguaje. El escritor es un hombre que no tiene mas instrumento que las palabras. A diferencia de los útiles del artesano, del pintor y del músico, las palabras están henchidas de significaciones ambiguas y hasta contrarias. Usarlas quiere decir esclarecerlas, purificarlas, hacerlas de verdad instrumentos de nuestro pensar y no máscaras o aproximaciones. Escribir implica una profesión de fe y una actitud que trasciende al retórico y al gramático; las raíces de las palabras se confunden con las de la moral: la crítica del lenguaje es una crítica histórica y moral. Todo estilo es algo más que una manera de hablar: es una manera de pensar y, por lo tanto, un juicio implícito o explícito sobre la realidad que nos circunda. Entre el lenguaje, ser por naturaleza social, y el escritor, que sólo engendra en la soledad, se establece así una relación muy extraña: gracias al escritor el lenguaje amorfo, horizontal, se yergue e individualiza; gracias al lenguaje, el escritor moderno, rotas las otras vías de comunicación con su pueblo y su tiempo, participa en la vida de la Ciudad.
Paz Octavio, El Laberinto de la Soledad, Fondo de Cultura Económica, 1981. pp 177.
Paz Octavio, El Laberinto de la Soledad, Fondo de Cultura Económica, 1981. pp 177.
Este artículo me ha parecido especialmente apropiado, pues henos aquí: un grupo sustancial más o menos homogeneo (muy relativamente)intentando hacer de la escritura un oficio serio que sin embargo _notése_ no pierda su frescura, su espontaneidad ni su libertad de mostrarse en toda la amplia gama original con que nace. Atinado Manuel!...
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