Publicado por: Gabriela Sáenz
Ayer, tras uno de esos momentos de reflexión y conversación con una querida amiga de muchos años, me resultó este monólogo que me atrevo a compartir esta mañana: no hay presupuesto para versos, no hay oportunidad aparente de aprovechar el pensamiento libre de tantas mentes creadoras e ingeniosas, que bien podrían ofrecer esquemas reales y realistas de cambio profundo en materia sociológica. El problema real de nuestra sociedad de consumo (alimentada hasta la glotonería por los medios -que parece por momentos- sólo buscan ampliar sus bolsillos sin preocuparse por el panorama que impera en todos los estratos sociales) es la apatía: no creemos que somos capaces de cambiar nada. Y con decir nada, me refiero literalmente a eso: NADA; el agobio y el individualismo nos ha ganado la batalla en la guerra de sobrevivir el día a día. En consecuencia no hay presupuesto para versos, ni para sueños; ni para estudiar las causas que cimbran nuestras acciones y sus consecuencias. Sin pensadores ni intelectuales un país (o una comunidad) estará, irremediablemente, desorientada -por no sonar trágica al enunciar PERDIDA- No basta cerrar el círculo de interacción y responsabilidad a los amigos y a la familia: habría que tomar carta abierta en los asuntos que nos atañen en materia económica, social y educativa... buscar resultados que se orienten a dar solución a lo que nos fragmenta. Y todo parece iniciar con la falta de credibilidad en nuestros recursos y conocimiento de los mismos. Hablo de gobernantes y gobernados: tenemos que tomar injerencia de manera directa en la materia, y atrevernos a pronunciarnos y a tomar el derecho de voz que nos atañe y nos obliga. No basta la moral para juzgar problemas de raíces profundas y complejas que tienen su origen en la naturaleza humana, no basta alisar superficies cuya rugosidad nos enfrenta a un núcleo enfermizo hasta el delirio: hay que acariciar sí, pero con la tenacidad y la firmeza del agua que forma y orienta los cauces, vertientes que alimentan campos y dan vida luego. No basta juzgar -ni siquiera con clasificar y tener bien asignados en el cajón de los pendientes- hay que dialogar y tomar acuerdos, aplicarlos después... no basta tampoco con escribir desde una columna virtual, ni con reenviar mails de esos de cadenas interminables sobre causas extintas -que, por cierto, ya nadie lee- habría que tomar las calles y las urnas, proponer y hacer.
¿Qué estoy haciendo yo para que se publiquen versos en vez de biografías escandalosas? ¿Qué estoy proponiendo en concreto?
No basta con pensar, ni siquiera con soñar (aunque es un buen inicio) hace falta continuar paso a paso y hacer el camino sobre la marcha; que te tilden de ingenuo, de soñador incluso de idealista: estamos perdidos sin esos que rozan las nubes, sin aquellos que se manifiestan en las plazas o en las iglesias; sin los que no temen perder su lugar o su banquillo bajo el riesgo de pasar a incrementar el de los acusados. Estamos desorientados y sin esperanza: esa es nuestra raíz purulenta, es allí dónde hay que cavar para extraer el mal que nos paraliza y nos confunde. No en el ojo ajeno: es en nuestra pupila dónde debemos buscar para sanar; en nuestras manos adormecidas que han perdido el movimiento reflejo y vital (vigorizante) de trazar cielos púrpuras entre bastidores cristalinos de algodón. Estamos urgidos de versos y de voces, de lienzos y de gafas, de hombres y mujeres convencidos en que es tarea el compromiso, y no sólo opción.
¿Qué estoy haciendo yo para que se publiquen versos en vez de biografías escandalosas? ¿Qué estoy proponiendo en concreto?
No basta con pensar, ni siquiera con soñar (aunque es un buen inicio) hace falta continuar paso a paso y hacer el camino sobre la marcha; que te tilden de ingenuo, de soñador incluso de idealista: estamos perdidos sin esos que rozan las nubes, sin aquellos que se manifiestan en las plazas o en las iglesias; sin los que no temen perder su lugar o su banquillo bajo el riesgo de pasar a incrementar el de los acusados. Estamos desorientados y sin esperanza: esa es nuestra raíz purulenta, es allí dónde hay que cavar para extraer el mal que nos paraliza y nos confunde. No en el ojo ajeno: es en nuestra pupila dónde debemos buscar para sanar; en nuestras manos adormecidas que han perdido el movimiento reflejo y vital (vigorizante) de trazar cielos púrpuras entre bastidores cristalinos de algodón. Estamos urgidos de versos y de voces, de lienzos y de gafas, de hombres y mujeres convencidos en que es tarea el compromiso, y no sólo opción.
La apatía. Así es. La apatía va carcomiendo poco a poco. Nadie se salva. También es una pandemia. Hay que cuidarse mucho de ella porque uno se infecta sin darse cuenta. Para cuando se confirma la enfermedad ya es muy difícil sanar. Pero siempre, recordemos, "habrá poesía". Va un abrazo cálido, Gabriela.
ResponderBorrarGracias Xitlally!... efectivamente, es un mal del que hay que hablar a veces, para saber identificarlo y preveer su incursión en nuestras actitudes. ¡Seguimos haciendo verso verso y pincelada a pincelada, camino de trova y sueños!
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