"De Mareas y Versos"
Fábrica Literaria
“El problema real de nuestra sociedad de consumo (alimentada hasta la glotonería por los medios -que parece por momentos- sólo buscan ampliar sus bolsillos sin preocuparse por el panorama que impera en todos los estratos sociales) es la apatía: no creemos que somos capaces de cambiar nada.” (Gabriela Sáenz, Espacio Abierto)
Me pregunto qué he visto para llorar de este modo.
Hay algunos momentos, como éste, en que me canso del trabajo y me pongo a explorar blogs, noticias, poemas o lo primero que encuentro. He notado que últimamente este breve espacio de lo que pretende ser un descanso mental termina dejándome con aun menos energía.
Al leer las palabras de Gabriela no pude pensar en otra cosa más que en pandemia. Pandemia de apatía. Hay que tener cuidado con ella pues vaya que es fácil contagiarse de humano a humano, y los síntomas son tan pequeños que cuando uno se da cuenta ya está terriblemente infectado.
Hace un par de meses mi esposo y yo platicábamos sobre los hechos del 2 de octubre. Le decía yo que siempre me ha interesado muchísimo ese movimiento, no sabía muy bien por qué. Que me impactaba ver las fotografías y ver las miradas de esos jóvenes. En todo el mundo. Luego de la plática supe porqué me interesa tanto: las caras de esos jóvenes en todo el mundo reflejan una mirada que ya muy pocas veces se encuentra uno. Reflejan el orgullo de ser universitarios. No importa de qué universidad o de qué país sean, se les nota el orgullo de ser universitarios. Yo no he sentido dicho orgullo entre mis contemporáneos ni en las generaciones de mis hermanos. Las caras de esos jóvenes reflejan su compromiso, su fe. Somos universitarios, juntos transformaremos el mundo en algo mejor, para todos. Y era un sentimiento mundial, es increíble.
Y más increíble que en realidad los hechos acabaron con el movimiento. No hablo de un movimiento de salir a las calles nada más porque sí, sino de ese movimiento de estar conscientes de que ser universitario es un privilegio, de estar conscientes de que somos jóvenes y tenemos aun tanto camino por delante, tantas cosas por aprender, tantas cosas por hacer.
Pero ahora no. Ahora la constante es la apatía. Algunos se preocupan por enviar correos y hacer suposiciones acerca de las acciones del gobierno.
¿Y?
¿Y después de eso qué?
A veces creo que todos, incluso yo misma, caemos en el crimen de creer que no somos capaces de cambiar nada.
Pero no.
En seguida mi ser protesta.
Claro que se pueden cambiar las cosas pero, ¿cómo?
Ya no creo en las marchas, ni en proyectos.
A veces mi esposo me convence de que la mejor solución es exterminarnos a todos y empezar de nuevo.
Luego él me presenta otra opción: mantente firme; la posha es primero.
La posha es primero. O sea yo.
No, no se trata de un individualismo desmedido, al contrario. Y hasta el momento es la opción que más me convence: defender la convicción de que el mundo puede ser mejor contra viento y marea; hacer todo y más de lo posible por ser una mejor persona cada día; procurar que nuestros seres queridos también luchen por ser mejores personas cada día; influir con el ejemplo en quienes están a nuestro alrededor; trabajar de persona a persona, sí, como las pandemias.
Hasta ahora me ha parecido una opción mucho más humanista que hablar de el hombre, de la mujer, del desprotegido; mucho más que buscar opciones globales que terminan perdiéndose en la nada; mucho más que las estrategias para cambiar a todo un sector de la población que termina en el anonimato de los seres humanos.
Trabajar de persona a persona, contagiar al mundo.
Contagiar el amor.
¿Que también hay decepciones en este método? Claro, sí las hay, y a veces creo que son mucho más dolorosas puesto que las derrotas se viven con quienes más queremos, con quienes más cercanos son a nosotros. Pero también las victorias son más placenteras y entrañables.
“Las mentes mediocres no pueden volverse locas...”, dice Gabriela también en su blog. No sé si mi mente sea mediocre pero diagnóstico de loca lo he recibido de muchas partes. Quizá esto sea otra locura más.
Pero los quiero. En verdad los quiero. Cómo deseo contagiarlos de amor…
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