Publicado por: Gabriela Sáenz
QUIENES RONDAN LA NIEBLA.-
Siempre estarán aquí, junto a la niebla,
amargamente intactos en su paciente polvo que la sombra ha invadido,
recorriendo impasibles esa región de pena que se vuelve al poniente,
allá, donde el pájaro de la piedad canta sin cesar sobre la
( indiferencia del que duerme,
donde el amor reposa su gastado ademán sobre las hierbas cenicientas,
y el olvido es apenas un destello invernal desde tro reino.
Son los seres que fui los que me aguardan,
los que llegan a mí como a la débil hiedra doliente y amarilla que
( sostiene el verano.
Triste será el sendero para la última hoja demorada,
triste y conocido como la tiniebla.
¡Oh dulce y callada soledad temible!
¡Que dispersos y fieles hijos de nuestra imagen
nos están conduciendo hacia el amanecer de las colinas!
Están aquí reunidas, alrededor del viento,
la niña clara y cruel de la alegría, coronada de flores polvorientas;
la niña de los sueños, con su tierno cansancio de otro cielo recién
(abandonado;
la niña de la soledad, buscando entre la lluvia que da a las alamedas el
( secreto del tiempo y del relámpago;
la niña de la pena, pálida y silenciosa,
contemplando sus manos que la muerte de un árbol oscurece;
la niña del olvido que llama, llama sin reposo sobre su corazón
(adormecido,
junto a la niña eterna,
la piadosa y sombría niña de los recuerdos que contempla borrarse
( una vez más,
bajo los desolados médanos,
la casa abandonada, amada por el grillo y por la enredadera;
y más cerca, como el rumor del musgo en las mejillas de aquella
( incierta niña de leyenda,
la niña del espanto que escucha, como antaño junto al muro derruído,
las lentas voces de los desaparecidos;
y allí, bajo sus pieslas fugitivas niñas de la sombra que los atardeceres reconocen,
las mágicas amigas del matorral y de la piedra temerosa.
Yo conozco esos gestos,
esas dóciles máscaras con que la luz recubre cada día sus amargos
( desiertos,
¡Tanta fatiga inútil entre un golpe de viento y un resplandor de arena
( pasajera!
No es cierto, sin embargo,
que en el sitio donde el sufriente corazón restituye sus lágrimas al
( destino terrestre,
palideciendo acaso,
nos espere un gran sueño, pesado, irremediable.
Esperadme, esperadme, inasibles criaturas del rocío,
porque despertaréy hermoso será subir, bajo idéntico tiempo,
las altas graderías de la ciudad del sol y las tormentas,
y repetir aún, sin desamparo, las radiantes edades que la tierra enamora.
Desde Lejos (1946)......... Eclipses y Fulgores
La poesía de Olga Orozco es Cielo: explora los caminos que trazan las nubes en su desplazo por el mundo y además, desde cualquier ángulo: es una poesía madura, acrisolada como vino, fermentada como sueño que se acaricia con ternura durante muchas noches.
Vida, Vidas; infancia, adolescencia; el primer amor, el beso bajo el farol; las múltiples despedidas y ésa, la búsqueda implacable de un tiempo que se asoma pero que no se muestra. Recosida en material etéreo y a momentos de lágrimas bordada, es reflejo de un misticismo sin dobléz y de su fragante perfume de nostalgia y de rosas... de espera.
El trabajo incansable de vivir es uso frecuente de esta poeta argentina ya fallecida, cuya antología citada y que da título a este artículo Eclipses y Fulgores -y que, en su segunda edición del año 1998 conservo- es indispensable para todo aquel que se dice peregrino.
Como atinadamente escribe Pere Gimferrer en el prólogo: apela a lo esencial, a lo esencial poético, a lo que sólo poesía es, sin duda; mas también a lo esencial de nuestra condición. Sus imágenes nos conmueven o nos sobrecogen (yo apunto que ambas): nos dicen qué somos.
Obras publicadas:
Desde lejos (1946)
Las muertes (1951)
Los juegos peligrosos (1962)
La oscuridad es otro sol (1967)
Museo salvaje (1974)
Veintinueve poemas (1975)
Cantos a Berenice (1977)
Mutaciones de la realidad (1979)
La noche a la deriva (1984)
En el revés del cielo (1987)
Con esta boca en este mundo (1994)
También la luz es un abismo (1998)
Relámpagos de lo invisible (1998)