Publicado por: Gabriela Saenz
A pesar de que conozco personalmente a Miguel Angel Ricardez, su obra se asemeja a la visión que pudiera brotar de una caja de Pandora: en cierto modo impredecible, indescifrable; con un alto contenido del misterio ese en el que sumerge esos, sus cuerpos, revestidos de esa luz que sólo pueden darnos las velas, y que nos arroja, a modo de caricias, un galope de lápiz sobre esa piel tan tersa y tan antigua, tan contemporánea en los contornos femeninos -y hasta voluptuosos, a momentos- la piel de sus modelos.
El uso mas que indiscriminado, incriminado y acusatorio del que hace alarde en el manejo de los símbolos individuales (e individualistas), pone de manifiesto su particular visión: su propuesta plástica, en la que aprovecha de la sabiduría antigua de los grandes maestros el uso del claroscuro para sintonizarlo con armonía y presición en la matización tenue (y acaso por momentos lánguida), y que le otorga a su obra un caracter propio y único.
Este joven artista capitalino, actualmente radicado en la ciudad de Monterrey, es uno de esos -de aquellos- que ciertamente tiene algo más que decir, algo más que hacer ver, algo más que mucho de lo expuesto con tanta frecuencia en las galerías de la ciudad y probablemente, me atrevo a decir, del país.
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