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jueves, 25 de junio de 2009

JAIME LABASTIDA: "Regresaron los demonios..."



Jaime Labastida vuelve a la poesía tras diez años de silencio

Comunicado Núm. 683

*** El filósofo, ensayista y poeta recibió este miércoles 24 la Medalla de Oro de Bellas Artes, en el contexto de sus 70 años de vida.

***“No me he jubilado, sigo trabajando”, dice en entrevista con Conaculta el actual director de Siglo XXI Editores

Tras diez años de la publicación de Elogios de la luz y de la sombra, Jaime Labastida vuelve a la poesía. “Regresaron los demonios”, señala el poeta, filósofo y ensayista al revelar que ya cuenta con un cuerpo importante de poemas que podría dar a conocer próximamente.

Con esa energía creativa Jaime Labastida (Los Mochis, Sinaloa, 1939) recibirá este miércoles 24 de junio un homenaje por sus 70 años de vida que le han organizado Conaculta y el Instituto Nacional de Bellas Artes. Durante dicha celebración se le hará entrega de la Medalla de Oro de Bellas Artes y se realizará una mesa de discusión con la participación de sus amigos Adolfo Castañón, Ernesto de la Peña y Miguel León-Portilla.

A principio de este año, Jaime Labastida fue reconocido con el Premio Nacional de Ciencias y Artes 2008, uno más en su larga lista de galardones que porta con orgullo y a la vez con modestia. “Ayer mismo conversé por teléfono con José Emilio Pacheco y me decía que no podía rehusar los homenajes porque le parecería una grosería hacerlo. Yo coincido en ello, no busco los homenajes pero los acepto cuando me los ofrecen, y por fortuna han sido pocos”.

Poeta, ensayista, filósofo, periodista y editor, Jaime Labastida se revela en entrevista como un ser afortunado. “La vida ha sido muy generosa conmigo. Gozo de salud, estoy en condiciones de rendir todavía varios años más, no sé cuantos, pero en buenas condiciones; trabajo de manera constante en diversos espacios de la cultura, no solamente como escritor al servicio de la palabra sino como director de Siglo XXI Editores.

“Pertenezco a varios organismos de carácter cultural, particularmente me enorgullece formar parte de la Academia Mexicana de la Lengua, donde mis compañeros me eligieron como director adjunto de la misma; formo parte y presido desde hace cuatro años El Colegio de Sinaloa, una institución académica de primer nivel en mi estado natal, hecha a semejanza de El Colegio Nacional.

“Formo parte también, en mi estado, de la Comisión del Bicentenario, hemos propuesto algunos proyectos que han sido aceptados y están en proceso de formación. Es decir, la vida es generosa conmigo, tengo hijos que me han dado satisfacciones; la relación amorosa con mi mujer es magnífica; agradezco haber tenido los padres que tuve, que me formaron con principios sólidos que no he abandonado; llevo una espléndida relación con mis hermanos, ¿Qué más puedo pedir? No me quejo”.

A pesar de que Labastida pertenece a múltiples asociaciones profesionales y académicas, argumenta que recibir la Medalla de Oro de Bellas Artes reviste un significado especial en su carrera. “En este caso me da una enorme satisfacción porque yo trabajé en el Instituto Nacional de Bellas Artes durante poco más de ocho años, y que tiempo después me reconozcan en lugar de ser un apestado en la memoria, pues me llena de satisfacción, quiere decir que no solamente por mi trabajo como escritor, sino que quizá mi trabajo mismo en el Instituto no fue del todo negativo”.

Sin embargo, celebra los 70 años como cualquier otro aniversario, pues asegura que, como decía Jorge Luis Borges, no hay por qué tener admiración por el sistema métrico decimal. “Setenta años es lo mismo que cumplir 68 o 69 si es que uno está en buenas condiciones. Yo conozco a amigos y a algunos alumnos míos que a los 50 años estaban ya jubilados, pero yo, como dice nuestro querido amigo Alí Chumacero, soy pobre y de familia numerosa, tengo que trabajar. Yo no me he jubilado, sigo trabajando”.

Aunque ha incursionado en distintos géneros literarios, Jaime Labastida acepta que hay uno al que le guarda un profundo respeto: la poesía. “Cuando algo está bien escrito y me hace sentir satisfecho no importa el género que sea. Si escribo un poema que me satisfaga, correcto; si escribo un ensayo en donde planteo algo que me parezca novedoso o digo algo diferente a lo que normalmente se ha dicho, también me satisface.

“En este sentido, el género no me importa, pero si quiero decir que tengo un gran respeto por la poesía. Es un género increíblemente difícil. Yo no soy un poeta que escriba de un golpe. He conocido poetas que escriben y luego no quieren borrar, como un gran amigo y maestro mío, Agustí Bartra, quien me reprochaba que yo le mostrara diferentes versiones de un poema con diferencia de días”, relata el entrevistado.

Su proceso creativo en el campo de la poesía, dice Labastida, es bastante singular. “No sé por qué razón me ocurre que después de publicar un libro de poesía pasan meses, si no es que años, sin que escriba ni siquiera un verso. Y luego, después de varios años de silencio, vuelve la poesía a mí y en un año escaso escribo 15 o 20 poemas. Y me está sucediendo en este momento, después de 10 años de la publicación de Elogios de la luz y de la sombra, a partir de un viaje que hice a China, empecé a escribir poesía y continúo haciéndolo”.

Integrante del grupo literario La Espiga Amotinada –junto a Óscar Oliva, Eraclio Zepeda, Jaime Augusto Shelley y Juan Bañuelos–, Jaime Labastida ha recibido el Premio de Poesía Jaime Sabines (1980), el Premio Internacional de Poesía Ciudad de la Paz (1981), el Premio José Fuentes Mares (1987), el Premio Nacional de Periodismo (1992), el Premio Xavier Villaurrutia (1996) y el Premio López Velarde (2007), entre otros.

Como editor y miembro de una generación fundamental en las letras mexicanas, Labastida asegura que percibe un muy buen panorama para la literatura en México. “Está surgiendo una gran cantidad de buenos escritores. En la época que nosotros empezamos a escribir casi no había editoriales en el país. Después de los años 60 surgieron varias editoriales y ahora hay muchas más. Por eso no tengo ningún temor por lo que va a pasar con la literatura mexicana.

“Ahora hay muy buenos poetas y narradores. Quizás en el campo del ensayo es donde estemos un poco cojos, hay estupendos investigadores, pero tengo la impresión de que muchos de ellos hacen trabajos inmediatos para ser publicados en revistas, falta quizá la idea de una investigación de largo aliento”, concluyó.

El homenaje se llevó a cabo este miércoles 24 de junio, a las 19 horas, en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes. Participaron Adolfo Castañón, Ernesto de la Peña y Miguel León-Portilla.


Poema Horas
de Jaime Labastida



11:30 P.M.

Durísima la luna. Igual que tú, tan lejos.
Suéñame, te digo, como te sueño aquí,
hasta que los dos sueños se conviertan en fuego,
hasta que mi aliento sea el tuyo,
hasta que respiremos cada uno
por la boca del otro. La luna
asoma, llena y sorda. No estás
al otro lado del teléfono y sólo
por un hilo de sueño podré hablarte.

Paz y fuerza me habitan. Entro
con pies descalzos en el lecho.
Estás hecha de espumas, estás
hecha de nubes, estás hecha de luz.

Compartamos los sueños.


10:30 A.M.

Moles de nieve, quietas, perturbadas
apenas por la luz. Nada conmueve
al resplandor, arriba. El cielo está
desnudo. El vértigo está aquí,
adentro, en la conciencia.
La nube derretida es piedra densa.
Más en calma este mar de vapores
que las nieves deshechas en la cumbre.
Allá la roca dura, el hielo, la nostalgia.
Un techo largo aquí, de plomo,
lagunas sólidas de plomo.

Yo viajo lentamente, encima de un gran
mar, blanco y sin sangre. El mundo
tiembla, abajo. Un segundo después,
la vida será otra. Nada más frágil
que este valle de nubes, arriba
del Atlántico. La rotación insomne
de la Tierra, el calor implacable,
el viento cruel, el simple y lento
tránsito del tiempo, la más ligera
sombra, destruirán el paisaje.
Nadie podrá volver hasta este
sitio. Baja el avión y el valle
no se altera. Atrás, horas atrás,
queda el desierto techo sin fronteras.

Pongo mi pie en la tierra, entro
en la sombra. El tiempo se estremece.


8:30 P.M.

Sé que voy a morir. Lo sé de cierto.
He vivido como si la muerte fuera
un recuerdo lejano. Pero tú has hecho
que la luz se prolongue en la alcoba.
¿Esa piel que tocaba en el sueño
era la tuya? Era en verdad la piel
amada de tu cuerpo entero.
Has hecho que renazca.

La luz, el cielo, el mundo
eran tiniebla. Pero viniste tú,
como nacida desde una piedra de fuego.
Llegaste como un pájaro súbito,
como un rayo de espumas. Semejabas
un espejo de soles, un mar de luz
que me envolvía. Amanecí. El sueño
era desnudo campo compartido.
Soñaba que te ahogaba
con mi aliento de hombre.
Iguales ambos sueños, te soñaba
como si mi cerebro anidara en tu cráneo,
como si el territorio de los sueños
fuera el débil territorio de una sangre común.

Tú te abrías como el mar,
para tragarme. Como la nube blanca,
envolviéndome, como la tierra negra.
El sueño era verdad. Entrábamos en él,
como por un espejo. Salíamos desde él,
como a través de una puerta de viento.
Mis ojos eran tuyos. Tus ojos me miraban
en la penumbra blanca de la alcoba.
Despertar o dormir era lo mismo.
Vivíamos vidas iguales, a un lado
y otro de la muerte, el amor era el mismo,
de un lado y otro de la vida.

Te besé hasta la dicha, te mordí
hasta la muerte. Granada
fue tu boca,
tamarindo
tus labios.

Compartimos el sueño.



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