Publicado por: Gabriela Sáenz
Se dice -a bien- que cada acontecimiento de nuestra vida conecta las diversas esferas de nuestro ser mientras, simultáneamente, nos conduce a la realización de los sueños que enriquecen el tejido blando de la entramada comunitaria. Y esto me parece una suerte de mago o más bien, de aprendíz de mago:
Somos territorio virgen, hablando de sortear con gracia el espejo que nos refleja; si hablamos de dar cabida a los sueños individuales, sin que riñan -en franca antipatía- con los del vecino.
¿Y a qué viene todo este soliloquio reflexivo? a las cartas que María Rilke y el poeta Kappus intercambiaron, y en las cuales, el joven Kappus solicitaba el consejo de Rilke sobre su quehacer:
Usted pregunta si sus versos son buenos. Me lo pregunta a mí, como antes lo preguntó a otras personas. Envía sus versos a las revistas literarias, los compara con otros versos, y siente inquietud cuando ciertas redacciones rechazan sus ensayos poéticos. Pues bien -ya que me permite darle consejo- he de rogarle que renuncie a todo eso. Está usted mirando hacia fuera, y precisamente esto es lo que ahora no debería hacer. Nadie le puede aconsejar ni ayudar. Nadie...
Nadie puede andar el tramo polvoso de camino que nos toca. Nadie, ni siquiera el mejor, ni el más experimentado; ni siquiera el más reconocido en sabiduría y buen juicio.
No hay más que un solo remedio: adéntrese en sí mismo. Escudriñe hasta descubrir el móvil que le impele a escribir. Averigüe si ese móvil extiende sus raíces en lo más hondo de su alma. Y, procediendo a su propia confesión, inquiera y reconozca si tendría que morirse en cuanto ya no le fuere permitido escribir.
¿Morirías por mí? impele la musa
¿Darías tu vida a cambio de la mía? (Y este pensamiento evoca en mi dentro profundo la misma referencia que la figura de Cristo comete)
Ante todo, esto: pregúntese en la hora más callada de su noche: "¿Debo yo escribir?" Vaya cavando y ahondando, en busca de una respuesta profunda. Y si es afirmativa, si usted puede ir al encuentro de tan seria pregunta con un "Si debo" firme y sencillo, entonces, conforme a esta necesidad, erija el edificio de su vida.
Construye, edifica sobre roca y deja para luego los asuntos propios de la siembra: que sea el Cielo quién se ocupe de cosechar y de limpiar, de separar el sesgo, el trigo...
Construye;
Erige.
¿Cuánto desgaste debe un sólo hombre acometer en esta empresa de dar rienda suelta a su vocare, y revertir el daño que una sociedad enferma hasta los huesos le ha provocado a modo de cáncer de entraña y huesos?
¿Cuánto tiempo persistir, resistir, no ceder, no claudicar, no cejar?
La respuesta nos pone de frente ante nuestra propia miseria: ¿Cuánto vale tu propia vida?
Y es que parece tributo obligado -ó maldición de brujo- que el artista deba aceptar vivir en la pobreza (y aclaro que no hablo sólo de la pobreza material, sino de la marginación emocional que debe encarar a precio de respetarse a sí mismo) si éste, no accede a suavizar su postura ante la pujante presión que demanda un mercado, una población, una comunidad, un país... ésta, como monstruo, se yergue y ensombrece su diálogo: le deja sólo, aislado.
Exiliado del silencio.
Incapáz (muchas veces) de ejercer su derecho de réplica, y dar color y forma a la visión de profetas que, sinónimo de don y guía, le fué dado (sin duda cual valioso regalo -acontecimiento además, apreciado sin mesura en todas las culturas antiguas).
Pareciera que el juego está perdido.
Pareciera que la globalización favorece la comunicación entre individuos pero, simultáneamente, abisma las ideologías. Que somos islas; mentes fragmentadas, delirios solitarios. Creo, de modo personal, que nada sabemos y mucho hacemos, intentando, a veces con éxito (las menos) descubrir el por qué, el cómo, el para qué...
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