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domingo, 11 de octubre de 2009

Jorge Ortega: a Palabra y Verso



DISCANTE.
He entrado al laberinto y he salido de él herido de incredulidad. Mojé los oídos en rumorosas fuentes que se dejaban escuchar desde muy lejos y refresqué los ojos en el aura de barnices jamás vistos, errando en poner nombre a lo que no lo tenía. La exactitud de ciertos tonos me ha redescubierto los innatos conjuros de la pigmentación. El trazo de los planos y las formas –ángulos, volutas, líneas rectas de altura ciclópea– depuso en la pupila su aguja de mica deslumbrante. La caída del agua me confió en una esquina rosada el álgebra de su música oculta, su esbelta cabellera de plateados y fugaces logaritmos. He venido sin cámara al país del yo-estuve-aquí, pero ni la palabra sirve de espuela para retener la permanencia del instante. Es el intraducible palimpsesto de lo que se percibe, la ociosidad de la glosa, ese no lenguaje que implica quedarse el testimonio o reservarse el derecho a declarar; la insuficiencia del grabado, la inutilidad del vocabulario que corre en vano hacia el destello del peplo de una ninfa en jardines más bellos que lo imaginado. Crucé el arco de entrada bajo mi propio riesgo y he regresado sumido en el largo silencio de los desahuciados.

HALLAZGO

Una mujer dormida en el vado del alba.
Una mujer dormida
en el sector más bajo de los sueños
como un guijarro liso
al fondo del estanque.

Bien parece una muerta. Lo pregonan
la escuadra que postula su rodilla,
los brazos en un gesto de abandono,
el dorso en posición un tanto incómoda,
la ausencia de resuello
por tiempo indefinido.

Alguien se viste a un lado
cuidadosamente, tratando
de no hacer mucho ruido o alterar
el agua del sepulcro que la habita,
su nivel.

La luz va esmerilando los contornos.

Pensar que no estarás cuando ese cuerpo
renuncie a ser un bulto inanimado
y se convierta en el papel volátil

que al curso de las horas encandile
-con un fulgor quizá más necesario
que el sol de los cristales-

los zócalos de casa
donde la transparencia que nos cubre
despliega el manuscrito
de todos sus enigmas.

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Jorge Ortega (Mexicali, Baja California, México, 1972) es poeta, ensayista y crítico literario. Doctor en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Barcelona y, desde 2007, miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte en el área de letras. Publicó su primer libro de poemas, Crepitaciones de junio, a los 20 años de edad. Hasta ahora su bibliografía la integran ocho títulos de poesía y tres de ensayo literario. Sus libros más recientes son Ajedrez de polvo (tsé-tsé, Buenos Aires, 2003) y Estado del tiempo (Hiperión, Madrid, 2005), este último finalista único del vigésimo Premio de Poesía Hiperión convocado en España por la editorial homónima. Colabora en distintos medios culturales y literarios de Iberoamérica, tales como Crítica, Ínsula, La Estafeta del Viento, Letras Libres, Mandorla, Nexos, Revista Atlántica de Poesía y Revista de Occidente.

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