Fragmentos de MARIO BENEDETTI
ANDAMIOS.-
“Nadie viene por él”, rezongó como disculpa. Sin embargo, allí estaba, tras un sendero de yuyos disparejos, la placa sucia y mustia, más vieja que su cuerpo de piedra, desprovista de flores. La última “morienda” (no vivienda) del cholo que escribió: “Todos sudamos, el ombligo a cuestas, / también sudaba de tristeza el muerto”. Trilce. Triste y dulce. Dulce y triste sudaba el muerto en su soledad, el muerto que allá lejos y hacía tiempo había escrito: “Padre polvo, terror de la nada”. “Nadie viene por él”, había sentenciado el escuálido tutor de osamentas, y quizá fuera cierto. Nadie viene por él pero en cambio van a sus libros, por sus poemas. Y los poemas no caben en fosas. Por eso vuelan. Como pueden, cuando pueden, pero vuelan…”
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Mi cuerpo es mi genuino patrimonio.
En él están escritos el cuerpo de Raquel
y el cuerpo de Rocío.
De otros no tengo rastros
o al menos no me importan
los turbios arabescos de su caligrafía.
¿Dónde este cuerpo habrá dejado huellas?
¿Qué otro cuerpo leerá
la abandonada letra de mi piel?
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Mi cuerpo, este cuerpo,
Es lo único mío.
Así, gastado y todo,
con sus pozos de tiempo,
sus lunares testigos,
su archivo de caricias
y sus escalofríos.
Mi cuerpo abre los ojos
y se intuye, se mide,
abre los brazos
y se despereza,
abre los puños
y se desespera.
Se somete a la ducha,
esa copia inexperta
de la cándida lluvia
y se limpia de nadas
y de espumas.
Mi cuerpo se transforma
en mi cuerpo de veras:
vale decir mi cuerpo de Rocío.
Tiene memoria de sus manos finas
más de pianista que de guerrillera,
de su cintura trémula y benigna,
de su fervor de cicatrices huellas,
de sus piernas abiertas al futuro,
como nudo de cábala
o remanso nocturno.
Mi cuerpo de Rocío
a veces se contagia de Rocío
y se confunde con su levedad.
Confieso y me confieso
que en el silencio ingrávido del alba
vacío como siempre en mi desvelo
me planteo una duda sin bengala:
cómo será para Rocío
su cuerpo de Javier,
cómo será para Rocío
mi cuerpo del placer,
moldeado por ella,
anuncio de estas manos
que a su vez la moldean.
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Cada día lo veo con mayor nitidez:
mi cuerpo, este cuerpo, es lo único mío,
mi casa solariega, mi propiedad antigua.
Qué pobreza, qué lujo
de futura ceniza.
Viajo por él sin guía y sin resguardo
y como en un safari recorro sus penurias,
sus abras y archipiélagos,
sus redes varicosas,
sus manchas y suturas,
sus rótulas tarpeyas,
y hasta las cicatrices, ese agüero
del mañana que acecha.
No hay duda que mi cuerpo es lo único mío,
mi testamento ológrafo,
mi conveniente nada, mi destino,
pero también mi dulce
memoria de Rocío.
Estiro con la yema
de mi pulgar villano
las costuras del tiempo,
pero no bien la quito
renacen y se afirman
todos sus amuletos.
La cabeza candela no existe como faro.
Es la que atiende y juzga,
la que asimila y sueña,
la que se subordina
y a veces se subleva,
la que espera el regalo
de otro cuerpo a la espera,
la que organiza tactos
y visiones y yugos
y resume en su piel
el pellejo del mundo.
Pese a todo mi cuerpo
es lo único mío,
mi propiedad antigua.
Qué pobreza, qué lujo
de futura ceniza.
Mario Benedetti nació en Paso de los Toros, Uruguay, en 1920.
Se educó en un colegio alemán y se ganó la vida como taquígrafo, cajero, vendedor, contable, funcionario público, periodista, traductor.
De 1945 a 1975 hizo periodismo en el semanario Marcha, clausurado en esa fecha por la dictadura.
Es autor de novelas, cuentos, poesía, teatro, ensayos, crítica literaria, crónicas humorísticas, guiones cinematográficos, letras de canciones.
Ha publicado más de 40 libros y ha sido traducido a 18 idiomas.
Sus novelas y cuentos fueron adaptados a la radio, la televisión y el cine.
Su teatro ha sido representado en más de diez países.
Fue director del Centro de Investigaciones Literarias de la Casa de las Américas, en La Habana, y del Departamento de Literatura Latinoamericana, en la Facultad de Humanidades de Montevideo.
Tras el golpe militar de 1973, renunció a su cargo en la Universidad y tuvo que exiliarse, primero en Argentina, y luego en Perú, Cuba y España.
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