"Me acostumbré al silencio, las palabras reviran y se entretejen en mis neuronas, posesionándose de su sitio original en el alma. Es entonces que la luz se hace, y así _ ya en plenitud_ se convierten en células pilares de mi misma; hago silencio y así de sencillo, el proceso de iluminación accede, sigiloso y bello: sin retornos..."
Estoy convencida de que las palabras que usamos en nuestra vida diaria nos muestran quiénes somos ¡y hacia dónde vamos!... Constantemente hacemos uso de esta herramienta con el fin de expresar nuestras ideas, deseos y estados emocionales: tenemos charlas con nuestros amigos, con nuestra pareja, con nuestros hijos, con los vecinos, con los colegas, con la gente que interactuamos en el diario vivir, pero, ¿Cómo lo hacemos? ¿De qué modo hacemos uso de este gran don que es la palabra?... ¿Expresamos con respeto nuestros sentimientos, nuestras ideas, nuestras posturas? ¿Mostramos a través de ella la apertura necesaria para recibir al peregrino, al visitante, a todo aquel que en su tránsito por la vida cruza por la nuestra? ó deshonramos el fin último que le fue dado a la palabra de comunicar en su vibración particular la calidez del amor, del respeto, de plenitud, de abrazo y, por consiguiente de vida?
Creo con firmeza que el don más claro de la palabra es que transmitie a nivel vibracional la causa original de su fuente, y esto sucede aún de que ésta sea correcta o no en el contexto de diálogo en el que fue expuesta; es decir, podemos equivocar el vocablo, pero no esconder la intención emocional que lleva implícita.
Haciendo un recuento de los daños (válgame la expresión) he descubierto que el mal uso que hacemos de este preciado regalo _muchas veces por falta de claridad de objetivos, muchas otras por ignorancia de lo que sucede en nuestro interior_ provoca que a nivel emocional o espiritual, [y parece ser que siempre por falta de silencio (pues quien no ha escuchado desde el alma la música del silencio no está capacitado para la palabra…) el tesoro escondido de darse a otros quede profundamente disminuido. Y es que el poder de la palabra es incalculable, en constante movimiento ¡en expansión!... Penetra todas las habitaciones de nuestro ser transformándonos, haciendo de nosotros personas nuevas, más capaces, más felices y por ende, más plenas.
Si nosotros somos tierra ávida, hace las veces de agua que colma y restablece la salud a los campos; se infiltra a través del oído (o de los ojos que la leen) alimentando nuestro espíritu, abriendo brechas y surcos en nuestras capas neuronales, fluyendo a través de la corriente sanguínea y finalmente, a través de este, a el resto de nuestro cuerpo. ¡La palabra nos trae consigo cambio, renovación, migración… mutación!
Gabriela Saenz/Monterrey N.L./México
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons
2 comentarios:
Che Gaby! estoy alborde de un orgasmo literario, que delicia verte y sentirte delicada y aterrizada en estado de autointrospeccion, es revitalizante, hoy hiciste mi dia hermoso, gracias.
Gracias a ti por leerme y que en ello puedas sustraer oxígeno!...Eso habla solo de tu capacidad de disfrutar, de crecer: estás viva gracias a ti misma!
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